El periodo comprendido entre los doce y los… no se sabe cuántos años en nuestra actualidad, se la denomina bajo la perspectiva del desarrollo personal como adolescencia. Y nosotros nos convertimos en padres de hijos adolescentes.
Periodo de altibajos emocionales que afectan por entero a todo comportamiento visible pero también al comportamiento interno, a los pensamientos. Y todo ello motivado por cambios hormonales hacia la edad adulta a partir de los dieciocho.
Todo criterio cronológico está sometido a cambios individuales, y por supuesto, variable entre personas.
Los adolescentes salen a la vida como quien va al supermercado, a cargar el carrito o la bolsa de materiales más o menos necesarios pero con los cuales no siempre saben que hacer, los vieron, les gustaron y lo adquirieron. Luego en casa ven que se puede meter en la maleta de experiencias al igual que nosotros en un armario, de donde quizás, nunca vuelvan a salir.
Son tal la cantidad de materiales adquiridos diariamente, que pronto esa maleta de experiencias se transforma en un baúl sin fondo. Y entonces los utensilios valiosos pero poco utilizados se olvidan y solo se reciclan los visibles, los que están más a mano y nos conforman.
El problema es que ante la vida las decisiones, las reflexiones, las actuaciones con éxito, o que son trascendentales para nuestras vidas han de realizarse con precisión, tiempo y cautela.
Por supuesto ese concepto no forma parte del sistema semántico de un adolescente, sería un material conocido pero no utilizado. Al ser tantas y tan variadas las cosas que han de probar.
De ahí que escuchar, opinar sosegadamente, respetar alguna norma, no dejarse llevar por la pandilla (que esperemos sea real y no virtual), mantener una conversación coherente, sea una tarea de ingeniería para ellos y de paciencia para sus familias.
Familias cansadas del día a día de sus vidas tienen poco tiempo para encontrar ese momento de oportunidad casi estelar, en el que los astros se alinean y entonces se puede negociar la hora de llegada, el dinero a utilizar, la visita a los abuelos o el no consumo o de qué manera de sustancias que nos ponen los pelos de punta solo con nombrar.
Porque dentro de esa maleta adolescente, esos materiales no son importantes, pero sí para los padres, los cuales se afanan infructuosamente en conseguir mantener la autoridad frete a los hijos pero solo alcanzan desazón y rechazo de estos.
En el bagaje de los padres falta habilidad negociadora (o no se utiliza en casa) y el resultado es un adolescente enfadado. Pero también una familia agobiada.
En el bagaje de los padres falta actitud decisoria y responsable (o se cree que no es bueno en educación y/o no se utiliza en casa).
La consecuencia es que seguirán creciendo a su aire, guiados por un instinto juvenil de transgresión donde el riesgo no existe y los conflictos aumentan.
¿O no recordamos cuando siendo pequeños se no prohibía salir hasta tal hora y nosotros lo hacíamos una, dos, tres veces? Pero llegaban papá y mamá anunciando que el sábado ya ni íbamos a estar con nuestra pandilla, y nos pasábamos un mes en casa sí o sí.
Sería más fácil si desde el principio negociáramos.
Si desde el primer incumplimiento se mantuviera una conversación profunda, acompañada de una consecuencia adecuada al acto, los resultados educativos serían diferentes y por supuesto en otra dirección más deseada por ambas partes. Porque sepamos, padres y madres, que las conversaciones profundas en sí mismas y por si solas se convierten en monólogos, en charlas sin decodificar y en asentimientos del tipo “papá no lo haré más” (hasta la próxima pensará).
En la maleta de los padres deberían incluirse como únicos objetos la habilidad de negociar, la capacidad de ver la oportunidad y la capacidad de criterio o discernimiento.
En la maleta de los adolescentes, además de todo lo que les interese, por encima de todo una pequeña hoja de memorias donde anotar una única frase: “veo que mis padres tienen una maleta muy pequeña, pero en la que siempre hay soluciones”.
Serviría también la hoja de notas del smartphone al uso.
Porque esto de educar adolescentes, exige una carrera de fondo responsable a los padres. Que además, tienen la obligación de hacer de modelos para con los hijos.
Si les mostramos que las distintas situaciones de vida, en gran medida relacionales, se pueden solucionar hablando, es decir aclarando y pactando, iremos en buen camino.
Y que además, todo lo que se decida en la vida, tendrá consecuencias variables de todo tipo (positivas, negativas o intermedias).
Iremos consiguiendo que nuestros hijos adolescentes comiencen a tener comportamientos adultos, y eso solo depende de la responsabilización de los actos, no de la edad que tengan. Mientras, que disfruten de la edad y de las oportunidades que esta les brinda. No vayan a crecer pensando que se han perdido algo irrecuperable.
En esta carrera de fondo donde no tiene que haber vencedores para que la que gane sea la familia, podemos ayudarte desde psiquiastur. El equipo de psicóloogos en Gijón, tenemos la formación y la experiencia que puede hacer de una situación que te parece límite otra más manejable.
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